Los Delincuentes es una película de atracos con diferencias importantes
Los Delincuentes, de Rodrigo Moreno, es una película de atracos con diferencias importantes. En primer lugar, sus protagonistas no son los glamorosos y experimentados profesionales a los que otras películas nos pueden haber acostumbrado, sino dos hombres comunes y corrientes. Morán (Daniel Elías) ha sido empleado de un banco de Buenos Aires por varios años cuando decide, al final de su jornada, retirar 650 mil dólares de la caja fuerte de manera clandestina.
La película captura su rutina previa con lujo de detalle. Se levanta, se viste y llega a trabajar. Al inicio del día, él y un compañero abren la caja para retirar el dinero que tendrán a la mano. Una ocurrencia extraordinaria los saca por un momento de la monotonía: una cliente que resulta tener una firma idéntica a otro. No parece haber una explicación lógica, pero el episodio establece una idea que recurre a lo largo de la película: el azar y la coincidencia, existiendo por su propio placer.
Los Delincuentes son personas ordinarias con el placer de querer cometer un crimen.
El plan de Morán no está pensado para ser el crimen perfecto. Retira el dinero con plena consciencia de que está siendo observado por la cámara de seguridad y que hay evidencia irrefutable de su culpabilidad. Su socio, Román (Esteban Bigliardi), solo se vuelve un accesorio después del hecho. Los dos se ven en una pizzería donde Morán, cargando el dinero en un bolso, le pide que lo cuide por tres años y medio, el tiempo que espera pasar en la cárcel después de entregarse. Después de eso, se lo repartirán en partes iguales.
Román piensa que se trata de una locura, pero termina aceptando. Quizá Morán ha estudiado tan bien a su compañero, o confía en que la rutina laboral sea tan existencialmente desgastante como lo es para él. Morán y Román no sueñan con una vida de lujos. Solo quieren lo que creen que se merecen en la vida. Morán ha extraído exactamente lo que espera recibir después de trabajar 25 años más. En su mente, tres años y medio en la cárcel son preferibles a 25 años en el banco.
De ahí siguen las averiguaciones. Aunque Morán se ha entregado, queda pendiente la cuestión de la complicidad de sus compañeros. Al banco llega una investigadora, Laura Ortega (Laura Paredes), con la tarea de interrogar a cada uno de ellos y sacar conclusiones. Aunque ya quedó establecido que Los Delincuentes no es una película de atracos convencional, estas escenas igualmente cargan con un nivel de tensión comparable con los más emocionantes ejemplos del género.
Laura es inteligente e implacable. Aun cuando le falta la información para comprobar que Román está involucrado, puede hacer de su vida en el banco un infierno. Confirman la idea de que trabajar ahí tritura el alma, y venimos a simpatizar más con él.
Los Delincuentes tiene un guion sólido y profundo
Con una duración de poco más de tres horas, es de esperarse que Los delincuentes no se concentre solo en el robo y sus secuelas. El guion de Moreno les da giros a sus vidas con ayuda de un par de coincidencias. En la cárcel, Morán es extorsionado por otro preso llamado Garrincha, interpretado por Germán de Silva, el mismo actor que hace de Del Toro, el gerente del banco.
El doble papel nos desorienta, pero tiene una lógica: Del Toro y Garrincha vienen a cumplir funciones similares, además de que alimentan los paralelos entre el trabajo y la cárcel. Mientras viaja al retirado pueblo de Alpa Corral para esconder el dinero, Román se encuentra con un trío de cineastas cuyos nombres son diferentes configuraciones de las letras del suyo y el de su socio: Morna (Cecilia Rainero), Ramón (Javier Zoro Sutton) y Norma (Margarita Molfino). De esta última se termina enamorando.
Román, Norma, Morna y Ramón se la pasan nadando, tomando vino y jugando a decir nombres de ciudades. Dichas escenas pueden dar la impresión de que no contribuyen nada, pues no avanzan la historia ni nos ofrecen nueva información sobre los personajes. Pero su misma intrascendencia parece precisamente su función. Son los momentos de paz y tranquilidad que Morán y Román añoran, la razón por la que tomaron el dinero en primer lugar.
La película entonces adopta una actitud similar. La cámara se mueve con relajación y soltura. La música alterna casualmente entre tensa, emocionante y contemplativa, dependiendo de la escena. La edición se salta momentos importantes, dilata algunos que podrían no parecerlo y conecta escenas con prolongadas disolvencias que le dan un toque de ensueño.
Al final de todo, puede que las filosofías de sus personajes no sean verdaderamente profundas. Podemos estar de acuerdo con comentarios sobre cómo nuestras vidas actuales están condicionadas por las pantallas, o cómo dedicamos tanto de nuestro tiempo a trabajar por unos pocos días de vacaciones, pero no nos resultan nuevos o tan diferentes a lo que algún conocido nos puede decir en una conversación casual.
Las aspiraciones de Morán y Román pueden ser simples e ingenuas, basadas en la imagen romántica del campo de dos hombres que siempre han vivido en la ciudad. Pero la película, que se mueve sin destino predeterminado, de manera azarosa y casual, conspira para que la realidad no sea tan simple. Ni el tiempo de Morán en la cárcel se pasa tan rápido, ni el nuevo romance de Román florece sin fricciones. Pero eso no quiere decir que sus sueños no sean dignos y que no vale la pena hacer algo por ellos.
