Crítica: Women Talking es una película preciosa y poderosa de Sarah Polley
Women Talking de Sarah Polley abre con una narración. La voz de una mujer joven nos cuenta del presente estado de una localidad menonita en Estados Unidos. Varias de sus mujeres han sufrido violaciones perpetradas por hombres locales.
Ahora que uno de ellos ha sido atrapado in fraganti y ha nombrado a otros como culpables, estos han sido llevados a las autoridades y encarcelados, pero ahora están por ser liberados bajo fianza. Una vez liberados, se espera que sus víctimas les perdonen y la vida siga su curso usual. Varias de ellas se oponen a la idea, por lo que convocan a una votación para decidir lo que harán como grupo: no hacer nada, quedarse y pelear o irse del pueblo.
El tono de la narración en Women Talking, hace que todo sea especial
Lo que llama la atención no es solo lo que esta narración dice, sino cómo lo dice. La voz, divorciada de un rostro o actividad, se pierde en el paisaje y los eventos que narra. El título de la película nos prepara para lo que compone la mayoría de su duración. Una vez realizado el voto, algunas de las mujeres más vocales se reúnen en un granero para seguir deliberando y llegar a una decisión final.
Es solo aquí que finalmente las vemos hablar entre sí. Sarah Polley, directora y guionista, ha construido la idea de la conversación entre estas mujeres como algo raro, precioso y poderoso. Sentimos lo restrictivo de esta comunidad, que este momento es la única oportunidad que tienen para decir lo que piensan y sienten y que el acto de hablar es una forma de tomar una autoridad y agencia que pocas veces poseen.
Estas mujeres varían en edad y en la posición que defienden. Ona (Rooney Mara), Salome (Claire Foy) y Mariche (Jessie Buckley) están casadas y con hijos pequeños (o en la edad en que esto se espera de ellas). Agata (Judith Ivey) y Greta (Sheila McCarthy) son de la tercera edad. Mejal (Michelle McLeod), Autje (Kate Hallett) y Neitje (Liv McNeil) son las más jóvenes. Frances McDormand tiene un papel breve como una mujer que rápidamente se desilusiona con el proceso y decide regresar a su casa.
Para tomar minutas de la reunión invitan a un único hombre, el maestro de escuela August (Ben Whishaw), pues a las mujeres en la comunidad no se les enseña a leer ni a escribir.
Women Talking hace preguntas que importan en la sociedad actual
Incluso cuando sus intereses y sus experiencias se alinean, estas mujeres no son un monolito. Difieren en sus ideas de qué es lo mejor y cómo lograrlo (aun cuando comparten experiencias y la fe cristiana, estas las llevan en distintas direcciones). Cada una defiende su posición, a ratos con lógica, a ratos de manera apasionada.
Podemos simpatizar con cada una de sus posturas, no hay una sola que la película nos diga que es la correcta. De los pros y los contras de cada opción pronto pasan a cuestiones más de corte práctico y filosófico. ¿Qué significa verdaderamente quedarse y “pelear”? ¿Qué tan válido sería su perdón si básicamente se les obliga a darlo? ¿Son las acciones de los hombres igualmente un producto de la sociedad que los rodea? ¿Pueden los varones más pequeños desaprender los comportamientos más nocivos de los adultos?
En su adaptación de la novela de Miriam Toews, Polley utiliza varios recursos para que las conversaciones no se tornen monótonas y pierdan su poder. Algunos son más efectivos que otros.
La discusión se interrumpe en momentos para que las mujeres se reagrupen y toquen temas menos urgentes, dándoles a ellas y a nosotros un respiro. Cuando la plática se torna a hechos externos, los editores Christopher Donaldson y Roslyn Kalloo cortan a imágenes del paisaje y la vida diaria.
Estas son a veces evocativas, a veces redundantes; no siempre agregan información o sentimientos que no estén ya en los diálogos, aunque refuerzan la imagen del granero como un espacio distinto y comprensivo, pero también oscuro, encerrado y símbolo de las opresiones que viven.
El sufrimiento de estas mujeres se no se percibe como algo distante y del pasado, sino como algo actual
La fotografía, a cargo de Luc Montpellier, es panorámica y casi totalmente drenada de color; le impone una frialdad y seriedad que no necesariamente corresponde a su espíritu cálido y sus momentos de humor. Su trabajo, igual que los vestuarios de Quita Alfred y el diseño de producción de Peter Cosco, hace énfasis en lo rural y anticuado.
En conjunto, nos dan una sensación engañosa de la época en que se ambienta, nos sentimos en algún momento del siglo XIX o XX. Cuando la modernidad se asoma en la forma de la canción “Daydream Believer” de The Monkees, la sorpresa nos invita a pensar en el sufrimiento de estas mujeres, no como algo distante y del pasado, sino como algo actual. Polley sostiene esta ambigüedad por un tiempo considerable, para aumentar la potencia de este descubrimiento.
La canción también es un bienvenido destello de optimismo y alegría que contrasta con la sombría y tensa música de Hildur Guðnadóttir que recurre en el resto de la película.
Con Women Talking, Sarah Polley ha adaptado con tacto y delicadeza un material doblemente difícil por los temas que toca y por un concepto que pudiera parecer poco cinematográfico. Ha evitado el sentimentalismo–lo más cercano es el romance que potencialmente se cuece entre Ona y August–pero no la emoción.
Ha construido una sensación de peligro y urgencia de una sociedad machista sin recurrir a mostrar la violencia o a los hombres perpetradores (algo que comparte con La asistente de Kitty Green, quizá la mejor representación reciente de ella en una película estadounidense). Y ha tocado una problemática social sistémica partiendo de manera orgánica de la experiencia de personajes complejos y bien delineados.