Crítica: EO, es una película sobre reinvención y descubrimiento
¿Cómo hacer cine centrado en animales? Es cierto que hay películas con protagonistas animales, o en la que estos son centrales a la trama (además, por supuesto, de los documentales de la naturaleza). Pero típicamente se trata de animales con características y conflictos humanos (como en El rey león) o que son vistos a través de la experiencia de personajes humanos (como en Apóyate en mí de Andrew Haigh).
Pocas películas verdaderamente tratan de asumir un punto de vista animal, pero esto no debería sorprendernos. ¿Cuántas veces en realidad nos preguntamos qué sienten los animales? ¿Qué implica existir y experimentar el mundo como ellos? La diferencia biológica es tan grande que le exigiría al espectador un enorme salto de fe, así como cuestionar las bases de aquello que nos parece “naturalmente” cinematográfico.
¿De qué trata EO?
EO, dirigida por el veterano del cine polaco Jerzy Skolimowski, trata de hacer justo esto y para nada es un intento a medias. Su protagonista es un burro llamado Eo (interpretado por seis animales llamados Hola, Tako, Marietta, Ettore, Rocco y Mela) y la película sigue su vida errante después de que es liberado de un circo donde era una de las atracciones.
En su camino se encuentra todo tipo de obstáculos y cuidados a manos de varios personajes humanos, pero la película apenas se detiene en ellos. EO es siempre nuestro enfoque.
Eo para nada es un personaje dramático convencional. Pasamos la hora y media que dura la película a su lado, pero nunca deja de ser un extraño para nosotros. ¿Acaso experimenta sentimientos o emociones parecidas a las nuestras? Podemos leer añoranza cuando lo vemos encerrado en la caja de un camión y él voltea a los caballos que corren libres por el campo. Igualmente, podemos suponer una resignación e indolencia en cómo se mueve de situación a situación. Pero en ambos casos serían nuestros prejuicios y experiencias traicionándonos.
Estaríamos proyectando nuestros propios sentimientos en lugar de percibir los suyos. De vez en cuando la cámara se posa en su ojo, totalmente negro, a manera de recordarnos su punto de vista, pero también esa incomprensión que no encontramos en los rostros humanos.
EO avanza de manera más o menos lineal. No hace nada extraño con la cronología; entendemos que cada evento sigue al que vino antes, aun si no hay una estricta relación de causa y efecto. La película guarda paralelos con Al azar de Baltazar de Robert Bresson, pero incluso aquella se sentía más como un drama hecho y derecho por el énfasis que hacía en los distintos dueños humanos de su burro protagónico. EO se siente liberada de toda narrativa.
Tenemos una sensación de azar, de vivir momento a momento y de qué experiencias transitorias con el entorno —una de sus secuencias más espectaculares nos lleva por un bosque teñido totalmente de rojo–pueden ser tan significativas como aquellas que se comparten con otros animales o con los humanos.
EO una película llena de reinvención y descubrimiento
Hay flashbacks, pero incluso estos se sienten diferentes. Aunque vemos a EO recordando a uno de sus anteriores cuidadores humanos, lo hace de manera totalmente sensorial: sentimos que, a pesar de que no evoca la idea de una persona, igualmente se transporta a la sensación de las manos acariciando su pelaje. Skolimowski dirige con un ojo a estos toques superficiales y nos convence de que lo profundo no necesariamente es mejor.
El director de fotografía Michał Dymek Mueve la cámara con soltura y de manera espontánea. Usa distorsiones visuales y una partitura vagamente sombría de Paweł Mykietyn que se pierde en la atmósfera, sin imponer una emoción. El mundo se convierte en formas y abstracciones. El resultado es una película llena de reinvención y descubrimiento.
Hay algunos personajes humanos con los que pasamos más tiempo que otros: un equipo de fútbol que lo “adopta” después de una victoria, un chofer de camión que le ofrece comida a una hambrienta mujer migrante, una mujer aristócrata y un joven sacerdote que es su pariente. Incluso cuando protagonizan escenas completas, estas se sienten extrañas y distantes.
No sabemos de dónde vienen y qué pasa después de ellas, no tenemos la información necesaria para hacerles sentido. Quizá, porque estamos viendo el mundo con ojos no humanos, no hemos de comprenderlas.
EO nos invita a simpatizar con un ser que no tiene propiedades humanas
Compartimos mucho con los animales. Técnicamente, los humanos somos animales también. Por lo tanto, los mecanismos físicos con los que captamos nuestro alrededor y procesamos esta información deben tener algo en común. Pero si este es el caso, ¿por qué estamos tan seguros de ser tan diferentes? ¿Dónde y por qué trazamos esa línea que nos separa? Y si nos parecemos tanto a ellos, ¿cómo justificar el tratamiento que les damos en nuestra sociedad? Podemos ser crueles e indiferentes hacia ellos, pero igualmente nos inspiran una simpatía que no le extenderíamos a otros humanos, pues al estar más allá de la moralidad los pensamos inocentes y libres de culpa.
EO es una película atrevida porque nos pide asumir un punto de vista que para nada tiene que ver con el nuestro. Quizá para cuestionarnos cómo tratamos a los animales en nuestras vidas, pero también para mirarnos a nosotros mismos desde afuera, notar lo absurdos que pueden lucir nuestros dramas.
Al adoptar un estilo desorientador, caótico incluso, al rehusarse a imponerle una personalidad a Eo, Skolimowski ha hecho más poderoso su esfuerzo de empatía, pues nos invita a simpatizar con un ser que no tiene propiedades humanas. Y es que los animales no tienen que ser lindos o tiernos para merecer nuestro cuidado.