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Beau tiene miedo y mucha ansiedad en la nueva película de Ari Aster

Beau tiene miedo y mucha ansiedad en la nueva película de Ari Aster

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Beau tiene miedo y mucha ansiedad, podría ser el título de la nueva cinta del director Ari Aster.

Ari Aster armó su reputación como director de terror, no obstante, con cada película se ha negado a encajonarse en el género. Su ópera prima, El legado del diablo sigue siendo lo más accesible y conciso que ha hecho; aunque aludía a influencias más artísticas (su atmósfera, el uso de la arquitectura) e intereses personales (los horrores que esconden las relaciones más íntimas), también cumplía con esa dosis de ocultismo y brutalidad que uno espera del terror sobrenatural.

Su segundo largometraje, Midsommar: El terror no espera la noche, partió de una premisa familiar (un grupo de jóvenes atrapados por un culto siniestro) pero fluía con una lógica incierta y alucinógena, más preocupada con el simbolismo y la mitología que con los sustos convencionales. Era más perturbadora que aterradora.

En Beau tiene miedo, Aster ha dado un absoluto salto de fe.

Aunque hay una continuidad creativa con sus dos películas anteriores, finalmente ha abandonado la seguridad que le da un género conocido o incluso la narrativa tradicional. La película le da la espalda al mundo real y habita una singular realidad retorcida dictada por el estado mental de su protagonista. Se siente como una serie de incidentes aislados, a través de los cuales Aster desnuda su propio inconsciente. La experiencia del público parece preocuparle poco o nada. Incluso cuando sus simbolismos y arquetipos son obvios y en teoría universal, la película se mantiene distante. Se resiste a darnos una razón para simpatizar con todo lo que pasa.

Beau tiene miedo y mucha ansiedad en la nueva película de Ari Aster

Beau tiene miedo está estructurada como un proceso de terapia psicológica o un viaje de drogas. En ellos, verdades de nuestro pasado que tratamos de reprimir o negar salen a la superficie en poderosos momentos de catarsis.

Lo que pasa es menos importante que lo que aprendemos sobre lo que pasó hace mucho. Es difícil conectar con su protagonista, pues por mucho de la película sabemos muy poco de él. Detalles esenciales se nos revelan solo después de mucho tiempo, como si él apenas estuviera siendo capaz de articularlos.

 

Joaquin Phoenix interpreta a Beau Wassermann, un hombre cuya vida parece ideada para que la encontremos triste y patética.

Vestido en una camisa azul pastel que le queda floja, Beau luce como un infante de cuarenta y tantos años. Lo paralizan distintas ansiedades y fobias y su círculo social se limita a su terapeuta (Stephen McKinley Henderson) y su madre Mona (Patti LuPone), con quien se comunica solo por teléfono.

Beau vive en un apartamento sucio y deteriorado, en el piso superior de una tienda de artículos eróticos, en un barrio lleno de personas sin techo, que parece una versión cómica y absurda de la Nueva York de Taxi Driver–la imagen del barrio juega con estereotipos clasistas y racistas: está lleno de personas mugrientas que buscan cualquier excusa para acosarlo mientras música latina toca a todo volumen.

Pero a diferencia de, digamos, la turba invasora de Nuevo orden de Michel Franco, hemos de entender esto que pasa, no como un intento de retratar la realidad social, sino como una manifestación de los pensamientos de su protagonista.

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Beau le tiene miedo a prácticamente todo. Y todo lo que pasa a su alrededor solo lo confirma. En la primera y más sólida parte de la película, descuidar sus llaves por apenas unos segundos o bajar a la tienda de la esquina fácilmente descienden al peor escenario posible.

Un descuido menor con las instrucciones de sus medicamentos (“siempre con agua”) lo convencen de que se va a morir. Todos a su alrededor se comportan como si tuvieran una venganza personal en su contra. Es un estado que lo paraliza y Aster lo dramatiza bien. Los silencios se extienden a duraciones insoportables y las conversaciones se vuelven reiterativas y redundantes.

Esos cortes abruptos que usó en El legado del diablo y Midsommar para saltar en el tiempo aparecen de nuevo para mostrarnos a Beau parado en el mismo lugar, por lo que parecen horas. Es cierto que la mente ansiosa a veces funciona así.

Solo una cosa puede sacarlo de su estado actual y es la muerte de su madre, decapitada por un candelabro. Beau no puede creerlo y nosotros tampoco, pues el punto de vista resulta claustrofóbico y desorientador. El incidente es relatado a través de una llamada telefónica en la que la voz anónima de un repartidor igualmente incrédulo. Beau debe viajar a casa de ella para el funeral judío tradicional, pero siempre surge una u otra cosa que se lo impide.

Beau tiene miedo y mucha ansiedad en la nueva película de Ari Aster

Por azares del destino termina en casa de Grace (Amy Ryan) y Roger (Nathan Lane), una pareja casada que lo “adopta”, o con una compañía de teatro que hace sus presentaciones en medio del bosque. La resolución se pospone gracias a flashbacks ocasionales, al primer amor de Beau adolescente (Armen Nahapetian), que nos cuentan un poco más de su relación con Mona, o un prolongado segmento animado, le imagina una vida diferente y deseable.

 

Los eventos de Beau tiene miedo son ser caóticos y azarosos.

Una figura materna que es simultáneamente abusiva y la mayor fuente de confort. Los intentos por frenar la traumática e inevitable separación que detona la madurez del hijo. El miedo a la intimidad con otras mujeres, obra de este mismo vínculo tóxico.

La película expresa todo esto de manera oblicua, pero no necesariamente sutil: la forma en que Grace y Roger adoptan a Beau reitera su eterna infancia; Mona es controladora, entonces la película la vuelve la directora de un conglomerado cuyo logo adorna todo producto que aparece en escena.

Beau tiene miedo es solipsista, no porque Aster ha hecho una película que parece girar alrededor de sí mismo, sino porque crea un mundo en el que solo su protagonista parece existir. Incluso la madre es una figura vaga y amorfa, un repositorio de miedos e inseguridades en lugar de su propia persona.

Quizá esto refleja cómo interactuamos con el mundo, quizá Aster está diciendo que las personas con las que nos cruzamos siempre nos serán extrañas porque la experiencia propia es lo único que tenemos. Si este es el caso, no ha traducido su experiencia propia en una experiencia cinematográfica poderosa.

Beau tiene miedo y mucha ansiedad en la nueva película de Ari Aster

 

A veces es una película perturbadora, pero no es necesario que lo sea.

A ratos, Beau tiene miedo contiene secuencias tan perturbadoras como cualquiera de sus dos películas anteriores. También intentos de humor absurdo que, cuando no trivializan todo lo que pasa, inquietan y desorientan. Pero a diferencia de un director como David Lynch, quien convierte el inconsciente en abrumadores atmósferas y ambientes en los que nos podemos perder, Aster nos da solo una serie de símbolos de significados cansados y evidentes (en algún punto de esta odisea sobre la frustración sexual masculina, aparece un pene gigante y sintiente).

Beau tiene miedo y mucha ansiedad en la nueva película de Ari Aster

La duración de tres horas la vuelve un verdadero martirio. Beau tiene miedo opera bajo una lógica inmediata, se reconstruye de momento a momento, entonces no hay ritmos familiares que nos dicen que la película está por terminar o si apenas va empezando. Siendo justos con Aster, esto parece intencional, y siento que tanto quienes la amen como la odien estarán de acuerdo.

Exponer miedos y traumas tan profundos no debería ser cómodo o placentero. Pero la película no nos revela suficiente sobre Aster o sobre nosotros mismos para que valga la pena someterse a ella. Es su película más fragmentaria, no funciona como un todo.

 

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Alberto Villaescusa Rico

Comunicólogo de Ensenada, Baja California que de alguna forma se tropezó dentro de una carrera semi-formal como crítico de cine. Propietario del blog Pegado a la butaca. Colaborador en Esquina del Cine y Radio Fórmula Tijuana y Cinema World

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