Crítica: El asesino de David Fincher es una metáfora a la vida moderna
El asesino es una de esas películas cuyo encanto no puede reducirse a la historia que cuenta. Esta, cuando se le piensa bien, es bastante simple. Michael Fassbender interpreta a un asesino a sueldo que, después de un trabajo fallido en París, regresa a su refugio en Santo Domingo, República Dominicana. Ahí descubre que su casa ha sido invadida violentamente y que la joven mujer (Sophie Charlotte) con la que vive fue herida con brutalidad.
La película entonces se convierte en la búsqueda del asesino (quien utiliza muchos alias, pero nunca uno que podamos estar seguros es su verdadero nombre) por encontrar a los responsables. Todo esto suena muy familiar. Hemos visto películas sobre asesinos a sueldo y hemos visto películas sobre venganza. Si hemos visto alguna de ellas ya sabemos todo lo que hay que saber sobre El asesino.
¿Pero qué no El asesino es dirigida por David Fincher? ¿El director de Seven: Los siete pecados capitales, El club de la pelea, Red social y Perdida; todas películas que destacan, entre otras cosas, por la riqueza psicológica de sus perturbados personajes? ¿Encontramos en El asesino a un personaje perturbado y psicológicamente rico? En teoría sí, debe ocurrir mucho dentro de la mente de alguien que se dedica a matar por dinero. No obstante, no se puede decir que la película verdaderamente trate de profundizar en él, por lo menos no de la manera en que esperamos.
El Asesino es una propuesta experimental con el sello particular de David Fincher
Conocemos muy poco sobre el asesino. Su pasado (¿cómo terminó dedicándose a esto?) y sus conflictos morales (¿siente arrepentimiento por las personas que ha matado? ¿Compasión por las personas de su vida que resultan heridas?) son un misterio. Sabemos qué clase de música le gusta, aunque decir que le gusta puede ser un salto lógico no justificado. El asesino escucha solo The Smiths, pero su personalidad nada tiene que ver con la apasionada melancolía de la voz y las letras de Morrissey. La decisión de escuchar un solo artista parece, como tanto en su vida, motivada por la eficiencia.
Al no haber explicaciones psicológicas convencionales, lo que nos queda es su entrega total al método. Nuestro conocimiento de él no es profundo, pero la película nos sumerge en su mente. Su monólogo interno, presentado en voz en off, nos dice mucho, aunque explica poco.
Añade muy poca información, pero venimos a entenderla como parte central de su forma de trabajar: como una forma de justificar sus acciones (porque en su línea de trabajo, dudar puede ser mortal), de escapar el aburrimiento, de obtener esa concentración que necesita para apretar el gatillo en el momento (casi siempre) indicado.
“Respeta el plan. Anticípate, no improvises. No confíes en nadie.” Se dice a sí mismo constantemente. Es su código personal, pero lo usa también como mantra. Ser un frío profesional no le da los poderes de un héroe de acción. En más de una ocasión lo echa a perder, pero busca soluciones. Son gajes del oficio. Una filosofía similar influye en el estilo.
Más práctico que perfeccionista. El asesino nos muestra la versión más depurada y menos llamativa de Fincher. La película es distintivamente suya, pero también tiene una economía y eficiencia que igualmente recuerdan el trabajo de su contemporáneo Steven Soderbergh.
El Asesino es una película fría y pulida.
La fotografía de Erik Messerschmidt (con quien Fincher previamente hizo Mank) se distingue por sus frías luces y movimientos de cámara mínimos. La edición, a cargo de Kirk Baxter, trata de que cada secuencia conserve la duración real del tiempo. Una pelea cuerpo a cuerpo entre el asesino y un rival enorme y musculoso (quizá la única secuencia de acción hecha y derecha de la película), es mostrada a través de luces apagadas que reducen a los personajes a sus siluetas y capturada en toda su extensión con un ojo a la claridad.
Como el mismo asesino, que se dice renunciar a la empatía y nunca deja que su ritmo cardíaco suba de cierto nivel, la película no nos da las típicas reacciones dramáticas que esperaríamos de una película de acción ni se acelera para aumentar la intensidad.
¿Qué nos deja una película como El asesino? ¿Es solo una fría y pulida, pero finalmente hueca, película de suspenso? Pareciera imposible conectar con un violento sicario que se niega a delatar la más mínima emoción. Pero viendo la película, encontramos mucho en común. A pesar de que su profesión puede sonar llena de intriga y acción, su rutina es todo menos eso. Su día a día involucra comer McDonald’s y pasearse entre logos corporativos.
Su socialización es rápida y transaccional, limitada a los empleados que le dan boletos de avión y las llaves de carros de renta a cambio de un nombre falso. La película está atenta a su recorrido por los aeropuertos y otros sitios similares; esos que el antropólogo Marc Augé llamó “no-lugares” y el arquitecto Rem Koolhaas “espacio basura”. Sitios como aquellos que nos rodean. La vida del asesino es una de transitar, no de existir. Una apta metáfora para la vida moderna, si me lo preguntan.