Crítica: Yūrei (Fantasmas) es un viaje sensorial por la historia de la migración japonesa en México
Yūrei (fantasmas) mezcla sensaciones e historias, performance y testimonios, para hablar de la migración japonesa en México. El documental, dirigido por Sumie García Hirata, se compone de cinco segmentos, cada uno asignado un concepto y un color. No puedo explicar la lógica o el sentido detrás de estas conexiones, pero eso es parte de su riqueza. Yūrei se resiste a dar explicaciones simples y directas, lo que nos alienta a trazar nuestros propios vínculos, a interpretarlos con libertad.
¿De qué trata Yūrei (fantasmas)?
Los narradores del documental, en su mayoría descendientes de migrantes, nos cuentan historias que son fáciles de seguir sobre japoneses que llegaron a México a partir del siglo XX. En lugar de mostrarnos sus rostros, de inmediato el documental nos muestra sus comunidades.
El primer segmento se sitúa en la región de Soconusco en el sur de Chiapas. Fue ahí donde originalmente se estableció la Colonia Enomoto para la siembra de café y donde los bailes e interpretaciones japoneses sobreviven adaptados hasta la actualidad–es aquí donde la película encuentra también una imagen emblemática del intercambio cultural: una niña vestida de kimono frente a un altar de muertos.
Abrir de esta forma, con expresiones culturales reconociblemente japonesas, resulta acertado. Cuando encontramos algo nuevo, la diferencia es lo primero que nos llama la atención. Pero también sirve para presentar otra idea que recurre a lo largo del documental y es cómo la identidad se manifiesta a través de la interpretación. Las demás personas conocen lo que somos a través de cómo nos presentamos y actuamos; nuestro sentido de nosotros mismos también se refuerza con la repetición de ciertos rituales y costumbres.
Yurei (Fantasmas) – Cortesía de Pimienta Films
El segundo segmento, en Ensenada, Baja California, ahonda también en los motivos de la migración, el trabajo, las prácticas de formación de familia entonces (por ejemplo las picturebrides, mujeres que eran seleccionadas para convertirse en esposas por hombres que conocían poco más que su fotografía) y la repercusión en sus descendientes: cómo este pasado familiar influye en cómo estos deciden vivir sus vidas actuales.
El tercero es un breve interludio de performance y animación experimental, mientras que el cuarto, en la Ex Hacienda Temixco en el estado de Morelos, recuenta un episodio particularmente oscuro: el encierro, de japoneses y personas de dicha ascendencia (así como de italianos y alemanes) en campos de concentración durante la Segunda Guerra Mundial.
El último, en Ciudad de México, es un cierre conciliador, fortaleciendo ese lazo que la comunidad japonesa tiene con el país que recibió a sus antepasados y que hoy es todavía su hogar.
La realización del documental emula la forma difusa de nuestros recuerdos
Muchos de los entrevistados cuentan historias sobre cómo sus antepasados, hayan sido sus abuelos o ascendencia más lejana, se establecieron en México. García Hirata deja que sus voces en off acompañen las imágenes de los lugares que ahora habitan. De manera similar, los breves performances que sus entrevistados realizan en los sitios donde residen, resaltan su pertenencia a ellos; apropiándolos para sus propias familias con su danza de música japonesa.
Es una manera de evitar el formato típico de las entrevistas con testimonios directamente a cámara, pero también de hacer énfasis en la ausencia. Las personas que nos hablan viven, por supuesto, pero nos cuentan historias de personas que fallecieron hace tiempo.
Crítica: Yūrei (Fantasmas) es un viaje sensorial por la historia de la migración japonesa en México
A veces hablan con cierta incertidumbre. Hacen referencia a eventos ocurridos en su propia familia, pero no recuerdan o nunca averiguaron exactamente cómo sucedieron. Al no haber un registro firme del pasado, se vuelve menos tangible y material y la presentación del documental lo refleja.
Yūrei (fantasmas) muestra el lado conocido de México a través de otros ojos y experiencias
En Yūrei, el presente y el pasado, lo real y la representación, están en constante tensión. Imágenes de bosques, edificios y playas actuales contrastan con postales y dibujos hechos hace varias décadas.
La fotografía, a cargo de Rodrigo Sandoval Vega Gil, se apoya en lentes largos y cuidadosamente compone las líneas horizontales dentro de la imagen. Crea una unidad, simetría y orden que da una impresión tradicionalmente japonesa (como en las películas del director Yasujirō Ozu), pero que añade al efecto transformador. Su acomodo consciente de formas y figuras hace que sus personajes y lugares se sientan como íconos trazados sobre papel.
A través de su forma libre y suelta, Yūrei (fantasmas) encuentra conexiones sugerentes. No parece coincidencia que dos de sus sitios elegidos, Chiapas y Baja California, el sureste y el noroeste, sean actualmente sitios de tránsito importante para migración internacional, de Centroamérica a México y de México a Estados Unidos. Las experiencias de aquellos primeros japoneses en el país, que nos resultan distantes porque ocurrieron hace tanto, de alguna manera se repiten todavía.
Crítica: Yūrei (Fantasmas) es un viaje sensorial por la historia de la migración japonesa en México
Encontré algo particularmente conmovedor en que el documental decidiera mostrar Ensenada, la ciudad donde nací y crecí. Basándome en este segmento, puedo decir que Yūrei (fantasmas) da prioridad a algunos sitios turísticos e hitos reconocibles (el muro de Playas de Tijuana, el muelle de Rosarito, el malecón y el mercado de mariscos de Ensenada, La Bufadora). Quizá este mismo enfoque se extiende a las otras regiones retratadas en el documental.
Más allá del placer fugaz de ver en pantalla algo que uno reconoce, Yūrei (fantasmas) ofrece también una oportunidad de redescubrirla a través de otra mirada, de los sentimientos y experiencias de otra persona. El encanto de la película está en ese juego entre el espacio y la historia. En tomar a ese México que conocemos y mostrarlo como sitio de otras experiencias y vidas.
