Crítica: ‘Desde la última vez que nos vimos’ es un modesto y sincero drama gay
Cuando Víctor (Patricio Arellano) y David (Esteban Recagno), los protagonistas de Desde la última vez que nos vimos, se encuentran de nuevo, sus rutinas se congelan para dar lugar a una tensión que no habían sentido en mucho tiempo. Víctor va camino al trabajo y David salió a pasear a su perro y, aunque su interacción no va más allá de una breve actualización mutua y un plan para verse más tarde, sabemos que entre ellos hay algo que al mismo tiempo los empuja a estar juntos y los hace resistirse a ello.
Ahora tanto Víctor como David se acercan a los cuarenta, pero quince años antes compartieron un romance que claramente fue formativo para los dos. A pesar de que David está casado con una mujer, Elena, de la que claramente no tiene intenciones de separarse, los dos hombres retoman su relación, reuniéndose esporádicamente en el apartamento de Víctor cuando Elena está fuera de la ciudad en algún viaje de trabajo.
No vemos a Elena, así como tampoco vemos mucho de la vida de Víctor o de David, más allá de lo que comparten entre los dos. A Víctor lo conocemos después de un encuentro casual con otro hombre y de vez en cuando lo vemos hacer llamadas alusivas a un trabajo que nunca nos queda claro en qué consiste.
De David sabemos que era DJ, algo que continúa practicando como pasatiempo al mismo tiempo que se dedica a otros trabajos. Elena, quien como la esposa de David debería ser un eje importante para entenderlo, ni siquiera aparece en pantalla y él apenas y hace referencia a ella, pero parece guardarle un cariño sincero.
‘Desde la última vez que nos vimos’ es un drama basado en diálogos donde las actuaciones sugieren mucho más.
Aunque Víctor y David parecen encontrarse principalmente para sexo (que se nos propone a través de los besos, abrazos, caricias que comparten antes y después de este), la película se desarrolla principalmente como una serie de conversaciones entre los dos. Dado que los personajes nunca quedan del todo bien delineados, sus diálogos llegan a sentirse como un intercambio de argumentos en un ensayo, más que como interacciones espontáneas.
En un momento dado parecen querer convencer al otro de lo viable o inviable que su relación es en realidad: principalmente hablan de las razones por las que en su momento no pudieron estar juntos y las razones por las que en realidad no pueden estar juntos ahora.
Detrás de sus palabras están, por supuesto, sus deseos y sus intenciones verdaderas. Estas, podemos averiguarlas o inferirlas a través de la forma en que hablan. Incluso cuando los diálogos pueden ser explícitos y dejar poco espacio para la ambigüedad, las actuaciones de Arellano y Recagno ofrecen una mirada a sentimientos que quizá no pueden articular a través de los silencios, pausas y miradas. Así como lo que ocurrió exactamente cuando Víctor y David eran jóvenes, hay mucho de la película que queda sin explicarse o mostrarse, y estos huecos despiertan nuestra curiosidad.
Los pequeños fallos de la película se perdonan porque sus sentimientos son genuinos
La realización de Desde la última vez que nos vimos tiene algunos tropiezos. La música, con sus notas de piano, apunta a la melancolía, pero tiende a caer en acentos genéricos que hacen que momentos pequeños y reales por un instante adopten el tono de una telenovela. Y las tomas aéreas, particularmente las del río donde los dos deciden ir a pasar un día de campo, distraen de la escala humana de la historia para destacar la belleza paisajística de las locaciones, como haría un video turístico.
Fuera de eso, la fotografía, a cargo de Evelyn Flores, maneja el drama de manera acertada. El formato panorámico, típicamente una elección que choca con una historia íntima, es aprovechado astutamente en tomas donde el espacio vacío en pantalla ilustra la soledad y vacío en las vidas de los personajes.
Los fallos menores de la película son perdonables porque las ideas que pone sobre la mesa son sinceras y sus sentimientos genuinos. Aunque la historia de Víctor y David nos muestra uno de los lados ahora más familiares y aceptables de las personas LGBTQ+ (siendo ellos una pareja de hombres gay convencionalmente atractivos y de clase media alta), obvias y trilladas fuentes de persecución y drama son ignoradas en favor de algo más personal e interno.
La película se preocupa más con cómo los personajes se aceptan a sí mismos que con cómo la sociedad los acepta, pero igualmente reconoce cómo se conectan estas dos cuestiones. A través de sus acciones, la película nos sugiere cómo no se sienten del todo admitidos y cómo esto se refleja en cómo se perciben. El mantener un romance clandestino no aumenta el deseo, más bien, los hace sentirse como el secreto vergonzoso de alguien más, y de la sociedad.
Más allá de cuestiones específicas a las personas LGBTQ+, Desde la última vez que nos vimos toca preocupaciones universales con el amor y el reencuentro con el pasado, con los sentimientos que tuvimos por otra persona y que nos podemos preguntar si todavía tenemos. El deseo, la prudencia, la nostalgia y el miedo los empujan en direcciones diferentes. Ese conflicto le da a la historia de Víctor y David un poder y resonancia.