Crítica: Guerra civil, el valor y la obsesión del periodista de guerra
Guerra civil es una película sobre periodistas de guerra.
La guerra aparece en ella, por supuesto, pero no se puede decir que se trata de una película de guerra. De la misma forma en que una fotografía nos muestra solo lo que está dentro del cuadro, excluyendo lo que está a su alrededor, la película alude a una realidad compleja para mostrarnos apenas una pequeña fracción.
Dado lo urgente e importante de los temas que toca (y de los que decide no tocar), podemos verla y tener la impresión de que no está haciendo lo suficiente. Quienes esperen un comentario contundente y claro sobre la situación actual del país en que se desarrolla pueden salir decepcionados. Y quienes digan que la película está usando las imágenes de la guerra de manera oportunista y espectacular tendrán razones para decirlo (aunque ese oportunismo y espectacularidad es una de las ideas que la misma película cuestiona).
Juzgada en sus propios términos, la película es muy buena. Es tensa y emocionante y plantea preguntas relevantes a la sociedad sin creer que hay respuestas fáciles. Esto es algo para lo que la ciencia ficción de corte distópico y apocalíptico siempre ha sido buena.
En este género, Alex Garland tiene amplia experiencia como guionista (28 días después, Sunshine: Alerta solar) y como director (Dredd, Aniquilación), y en Guerra civil regresa a esta vena con una historia más inmediata y realista. No hay indicadores obvios de que se trata del futuro. Los autos, cámaras y computadoras que aparecen se asemejan a los que podríamos ver a nuestro alrededor. Más que en otras de sus películas anteriores, parece querer decirnos que ésto podría ocurrir en realidad.
¿De qué va Guerra Civil?
En la misma concepción de la película, Garland ha tomado una decisión atrevida. La ha situado, no en las zonas de guerra que ha habido desde la invención de los medios masivos, sino en un Estados Unidos imaginado que se encuentra sumido en una segunda guerra de secesión.
Pero más que en los combatientes o líderes de cualquier bando, su enfoque se encuentra en un grupo de periodistas que viajan de Nueva York a Washington D.C. con la intención de entrevistar al presidente (Nick Offerman), quien se espera se rinda pronto ante el abrumador avance de las fuerzas rebeldes. En este trayecto seguimos a Lee Smith (Kirsten Dunst), una celebrada fotoperiodista acompañada por su colega Joel (Wagner Moura), su mentor Sammy (Stephen McKinley Henderson) y una joven admiradora llamada Jessie Cullen (Cailee Spainey).
Lo que normalmente sería un viaje de unas cuantas horas se convierte en una odisea de varios días por un país que se ha convertido en una serie de pueblos fantasma y campos de batalla. La narrativa se detiene de vez en cuando para mostrar sus encuentros con miembros de las distintas fuerzas armadas y locales cuyas vidas han sido puestas de cabeza por el conflicto.
Los vemos interactuar con un grupo de hombres armados que resguardan una gasolinera y torturan a un par de hombres, atestiguar un intercambio de disparos entre fuerzas enemigas y llegar un pueblo que parece un oasis de paz hasta que Sammy nota los francotiradores en los techos.
Guerra civil se niega a contestar preguntas importantes sobre su mundo para mantener la atención en la labor de sus personajes
El contexto de la película no termina de tener sentido. Se nos dice muy poco de cada bando combatiente, qué quieren o representan sus líderes, cuáles fueron las causas del conflicto. A cualquiera que esté más o menos familiarizado con la actual situación política de Estados Unidos, seguro le parecerá extraño que los principales insurrectos sean una alianza entre el típicamente liberal estado de California y la típicamente conservadora Texas.
Podemos aferrarnos a los detalles para tratar de encontrar una postura: el gusto del presidente por la mentira y los adjetivos hiperbólicos (como “tremendo”) pueden hacernos pensar en el expresidente Donald Trump, pero esto no es mucho. Quizá una división política más aproximada daría la impresión de que hay un lado bueno y uno malo, y distraería de que, aun en circunstancias diferentes, la misión de sus personajes es la misma.
La atención de la película está puesta siempre en sus reporteros, cuyas vidas y forma de trabajar retrata con detalle. Cómo negocian cada situación y cómo se mentalizan para entrar en el terreno de fuego. Su existencia es presentada como un limbo o terreno neutral, vulnerables al intercambio de agresiones, pero también separados de ellas porque no tienen involucramiento personal en su resultado.
Así como los vemos en plena hazaña, esquivando disparos y explosiones, también los vemos compartir camaradería como cualquier grupo de colegas profesionales. Esta dinámica es planteada desde el principio, cuando la película salta de un ataque y sus secuelas a la prensa abarrotando en el vestíbulo principal de un lujoso hotel, compartiendo plática y bebidas mientras enlazan sus historias y fotografías a sus respectivos editores.
Incluso con las múltiples desviaciones que encuentran en el camino, la relación entre Lee y Jessie le da a la película su principal arco emocional. Lee la mantiene a cierta distancia, después se vuelve protectora, y finalmente le agarra la confianza para reirse y contarle de su propia vida. Comparten lo que parece poco tiempo a solas, pero Garland permite que desarrollen una cercanía sin que sus escenas se tornen manipuladoras o sentimentales. Son beats familiares, y la película sabe que no tiene que hacer mucho énfasis en ellos para que aterricen.
Una tensa e inquietante odisea llena de suspenso y realismo
El estilo de la película luce aptamente inspirado en el periodismo de guerra. Tiene una inmediatez y cualidad documental, pero sin caer en los clichés visuales de las películas que apuntan a esa realidad: no hay mucha cámara en mano ni movimientos abruptos que nos hablen de un camarógrafo que desesperadamente trata de capturar el caos frente a él. El director de fotografía Rob Hardy mantiene la cámara fija y sus composiciones son simples y efectivas, pero la forma en que sus personajes interactúan con las locaciones reales nos habla de cierta espontaneidad y realismo.
Visualmente, su única decisión cuestionable son las tomas con poca profundidad de campo que parecen resultado de un efecto digital en postproducción. Podemos entenderlas como una forma de transmitir el aislamiento emocional de sus traumatizados personajes, pero nunca se sienten como algo más que un distractor capricho.
Guerra civil resulta más efectiva en su manejo de la acción y la tensión. Congruente con su premisa, hay impresionantes despliegues de infantería en las calles y espectaculares imágenes de la destrucción de monumentos estadounidenses que traen a la mente una película de desastres. Pero el que sus protagonistas sean periodistas les da una dinámica novedosa. Estamos menos preocupados con quien gane que con la supervivencia de quienes se ponen en medio del peligro con poco más que una cámara y un micrófono y la película deriva increíble suspenso de ello.
En Guerra civil los personajes están delineados por el trauma y la obsesión
Hay mucho que admirar en sus personajes. Pueden mantener la calma mientras encuentran las palabras correctas para hablar con personas de lealtad dudosa que sostienen o les apuntan con armas de alto calibre. Esto nos habla, no solo de una increíble valentía, pero también de un temple y concentración sobrehumanos.
Al mismo tiempo, la película no parece hecha con la intención de celebrarlos ni elevarlos a héroes, sino imaginar sus vidas laborales y su forma de pensar y presentarlas sin prejuicio. Los personajes se jactan de su habilidad de no tomar partido. Y sobre ellos, la película tampoco toma partido. La neutralidad, típicamente entendida como una virtud en el periodismo, no es presentada como algo noble, más bien como una herramienta de supervivencia.
Su obsesión con conseguir la historia o la imagen perfectas es, por su parte, presentada en términos casi patológicos, pero la intención también resulta ambigua. No es que el periodismo de guerra solo atraiga a personas con una mórbida curiosidad por la carnicería y la destrucción, pero la urgencia por llegar antes que el otro, por acercarse lo más posible a los perpetradores y víctimas, entreteje viciosamente el éxito profesional con el sufrimiento y la violencia.
Otra decisión curiosa de la película es la de no presentar los resultados de su labor periodística. No sabemos qué pasa con las imágenes que capturan y las historias que cuentan. Qué medios las publican, ni qué público las ve o si tienen un efecto en las actitudes de la gente o en el curso del conflicto. Aquí la película también se divorcia de su contexto para concentrarse en sus individuos.
La película nos hace compartir sus experiencias, pero se niega a decirnos qué pensar de ellas. Me atrevo a decir que es parte de lo que la hace tan inquietante.