Evil Does Not Exist el desconcertante regreso de Ryusuke Hamaguchi #GIFF2024
Después de que su Drive My Car recibiera múltiples nominaciones al Óscar (incluyendo mejor película y director, ganó mejor película extranjera), el cineasta japonés Ryusuke Hamaguchi regresa con Evil Does Not Exist, un drama sobre el ambientalismo que se niega a jugar bajo las reglas establecidas, incluso por su propia carrera.
La historia se desarrolla en un pueblo de las montañas de Japón, cuya tranquilidad es interrumpida por la llegada de un proyecto de glamping, una experiencia de campamento para turistas de la ciudad con todas las comodidades de un hotel. La compañía a cargo de él ha organizado una asamblea para informar a los locales y escuchar sus inquietudes, pero es una mera formalidad, un trámite para una construcción que se espera se haga de todas formas.
Evil Does Not Exist va más de las batallas del hombre contra la naturaleza
Como el título de la película (que literalmente se traduce a “el mal no existe”) sugiere, no podemos hablar de blancos y negros. Evil Does Not Exist no es una historia sobre el ser humano contra la naturaleza o el campo contra la ciudad.
Después de que los locales, entre ellos Takumi (Hitoshi Omika), un respetado trabajador mil usos, articulan con detalle sus preocupaciones con el proyecto (la sesión se alarga discutiendo los pormenores de cómo funciona una fosa séptica), Takahashi (Ryuji Kosaka) y Mayuzumi (Ayaka Shibutani), los dos encargados de relaciones públicas empiezan a cuestionar su misión. Ni los locales del pueblo son simplones, ignorantes, ni los representantes de la corporación buscan el puro motivo económico.
A la complejidad de la situación añádasele la complejidad con la que Hamaguchi piensa sus imágenes. Las tomas prolongadas, dedicadas a mostrarnos tareas lentas y repetitivas (cortar troncos de madera, recoger agua del arroyo), nos dicen que el ritmo de vida de la comunidad es más pausado y que gira alrededor de la naturaleza.
El inicio tiene algo parecido a un gag visual que articula esta idea: en un mismo movimiento lateral de la cámara, Takumi camina por un campo nevado, el paisaje lo oculta y cuando aparece de nuevo, está cargando a su hija Hana (Ryo Nishikawa) en su espalda. Es como si la niña se hubiera materializado del mismo campo, como si ella fuera un regalo de este.
Evil Does Not Exist tiene sonidos y tiempos inquietantes
Cuando la historia se traslada a la ciudad, el efecto es marcado; los ruidos de las calles se vuelven abrumadores en contraste. Las escenas con Takumi y Mayuzumi progresan a un ritmo más urgente: ni su largo viaje de la ciudad al pueblo puede permitirse silencios, siempre tienen que estar hablando. Y su jefe aparece solo en una videollamada, desconectado de la realidad material que está por transformar irremediablemente. Cuando este mundo vuelve a encontrarse con el de Takumi, el efecto es casi cómico, como si dos películas con relaciones diferentes al tiempo mismo chocaran entre sí.
El final es inquietante y, viéndolo por primera vez, puede dar la impresión de que viene de la nada. La única pista es quizá la música de Eiko Ishibashi, cuya corriente ominosa aparece en momentos que al principio pueden sentirse inapropiados. Pero el guion, también de Hamaguchi, juega limpio.
Es un recordatorio de que las expectativas que quizá construimos tienen que ver más con las ideas que traemos al tema y no con lo que la misma película nos muestra.
Es una nota particularmente oscura para terminar una película que, por la mayoría de su duración, habita de manera amable los ritmos de una comunidad pacífica y rural. En retrospectiva, es demasiado apta dado su concepto central. Si el mal no existe, el bien tampoco.