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Adam Driver y Penélope Cruz son la fuerza de Ferrari, pero la película carece de emociones y una narrativa que interese.

Crítica: Ferrari es un melodrama frío con poca narrativa

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Basada en la biografía Enzo Ferrari: The Man, the Cars, the Races, the Machine del periodista Brock Yates, Ferrari sigue al fundador de la marca italiana de autos deportivos en un momento particularmente tenso de su vida y decisivo para su carrera, que le exige todo como administrador y como hombre.

¿De qué va Ferrari?

Corre el año de 1957 y Enzo Ferrari (Adam Driver) está en serios problemas financieros dada las reducidas ventas de su fábrica de autos. Enzo ve la solución en ganar la carrera de las Mil Millas, que consiste en un viaje redondo entre las ciudades de Brescia y Roma. Esto se dice fácil, pero Ferrari está determinado a que su escudería gane. Las carreras son, después de todo, su verdadera razón de ser. Donde otros fabricantes usan las carreras para promocionar sus autos, Ferrari usa las ventas de autos para financiar sus carreras.

Al mismo tiempo, Enzo debe lidiar con su esposa Laura (Penélope Cruz), una mujer de armas tomar–literalmente, pues la conocemos amenazando a Enzo con una pistola–pero que no por eso no es pragmática. Laura tolera que su esposo tenga amantes, pero espera verlo en casa antes del café de la mañana. Para controlarlo, también utiliza sus acciones en la compañía Ferrari, que Enzo necesitaría en caso de aliarse con un socio que pudiera aliviar sus problemas de dinero.

Ferrari es una recreación funcional de los hechos, ligeramente enbellecida.

Enzo efectivamente tiene una amante, Lina Lardi (Shailene Woodley), con quien tiene un hijo, Piero. Esto plantea otro problema potencial, pues el único hijo de Enzo y Laura (y potencial heredero de su imperio) Dino, falleció recientemente a causa de una enfermedad renal.

 

Ferrari es un melodrama frío con poca narrativa

Ferrari es frío. Los lentes oscuros que adornan su rostro nos hacen sentir que no podemos ver dentro de él. Después de que uno de sus pilotos muere en la pista de carreras, Ferrari se convence de que su muerte se debió a una falta de concentración.

El piloto estaba preocupado por lo que su madre pensara de su nuevo noviazgo, y desvió su atención del volante–esto a pesar de que vemos a la caja de cambios fallar, lo que pondría la culpa en Ferrari y sus ingenieros. La conclusión de Enzo puede ser errónea, pero de alguna manera es lo que le permite seguir con su vida y sus negocios.

Es un momento pequeño pero perverso, y en él podemos ver lo que pudo haber atraído a Mann (e intimidado a algún director menor) al proyecto. Enzo Ferrari no tiene que ser simpático ni sus acciones deben tener una razón obvia para que él nos resulte fascinante. En lugar de alguna motivación noble, la película nos da pistas de su psicología.

Ferrari es un melodrama frío con poca narrativa

Cuando se va de casa de Lina, la película corta rápidamente para mostrarnos cómo acciona los pedales y la palanca de cambios, la coordinación y concentración de quien también fuera un piloto de carreras. Una pelea con Laura alude a que, hasta los intentos de curar a su hijo él los trató como un proyecto de ingeniería. Su mente solo sirve para una cosa.

El esfuerzo de Enzo, sus mecánicos y sus pilotos por ganar las Mil Millas no es presentada en términos heroicos, como una proeza de ingenio y dedicación (como por ejemplo hizo Contra lo imposible de James Mangold, otra película sobre una competencia que involucra la compañía de Ferrari). En realidad, apenas es presentada en término alguno. Cuando ocurre, la película nos da imágenes más o menos enérgicas de los carros recorriendo el paisaje italiano a toda velocidad, pero su importancia y su conexión con el resto de la historia se pierde.

 

Enzo Ferrari es un personaje fascinante para Michel Mann

El guion de Troy Kennedy Martin nos da múltiples escenas con Enzo y sus pilotos, particularmente el joven recién llegado Alfonso de Portago (Gabriel Leone), pero nunca les permite a estos mostrar una verdadera personalidad ni nos da una razón para que Enzo se interese en ellos–quizá la intención es mostrar que a Enzo, el capitalista, le importan poco las vidas de los que trabajan para él, pero el efecto se pierde porque la película parece compartir su indiferencia. La escena en que de Portago y su compañero Peter Collins (Jack O’Connell) escriben cartas para sus novias en caso de que no sobrevivan la carrera debería tener un peso emocional enorme. En su lugar, solo sirve para recordarnos que también están ahí. La impresión que nos provocan es mínima.

Pero Ferrari decepciona más allá de la narrativa. Las historias son solo parte de lo que hace a Mann un autor, no se puede ignorar su refinado sentido visual, de un duro y dinámico realismo con un toque de melancolía (reflejado en detalles como la forma en que las luces se mueven en la noche) que nos aproxima al estado mental de sus personajes hiper enfocados.

Ferrari es un melodrama frío con poca narrativa

La transición del celuloide al formato digital lo liberó como a pocos cineastas de su generación. De repente, su cámara se podía mover con curiosidad y energía. La baja fidelidad y el ruido de la imagen se convertían en parte de una distintiva textura. Pero en Ferrari, Mann y el director de fotografía Erik Messershcmidt (mejor conocido por sus colaboraciones con David Fincher, Mank y El asesino) no logran algo que se distinga de otros dramas adultos del Hollywood actual–la ambientación italiana y la presencia de Adam Driver la hacen parecer una continuación de La casa Gucci de Ridley Scott.

Todo Ferrari se siente vagamente impersonal. Es toda escenas de negocios y dramas familiares que hemos visto tantas otras veces. Parece operar bajo la idea de que un actor talentoso, interpretando al hombre detrás de una de las marcas más reconocidas del automovilismo, basta para sostener nuestra atención.

Adam Driver y Penélope Cruz son la fuerza de la película

Es una recreación funcional de los hechos, ligeramente embellecida para sugerirnos una emoción, pero nunca lo suficientemente específica. Se siente como un reportaje, no como una novela; nunca logra conectar sus múltiples hilos en un drama más grande. Conocemos a sus personajes a medias, pero no por una ambigüedad deliberada, más bien porque la película nunca parece encontrar qué es lo que los hace fascinantes. Ferrari no parece construida a partir de partes originales, sino con los repuestos de otras películas biográficas. Y no sentimos a Mann al volante, la película está en piloto automático.

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Alberto Villaescusa Rico

Comunicólogo de Ensenada, Baja California que de alguna forma se tropezó dentro de una carrera semi-formal como crítico de cine. Propietario del blog Pegado a la butaca. Colaborador en Esquina del Cine y Radio Fórmula Tijuana y Cinema World

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