Reseña: La Chimera de Alice Rohrwacher es un triunfo de la cineasta #FICM
La primera vez que conocemos a Arthur (Josh O’Connor), él nos da la impresión de ser una persona triste, irritante incluso. Viajando solo en un tren, no tarda en enfadar a los pasajeros que lo acompañan. En la casa de una familia que parece guardarle estima todavía, él rechaza el trabajo que le ofrecen. Prefiere quedarse en una choza de lámina abandonada, apenas resguardándose del frío con ayuda de una pequeña estufa.
Arthur choca con la alegre y colorida comunidad que la rodea. El efecto es inicialmente alienante. Podemos querer que La chimera se centre en ellos y no en Arthur. Quizá es una estrategia de la directora y guionista italiana Alice Rohrwacher para introducirnos a este ambiente.
La Chimera es una gran película ligeramente romántica
Poco a poco conocemos más lo que hay detrás de la melancolía de Arthur. Él es arqueólogo y su relación con el pasado es complicada. Demuestra un inusual talento para encontrar ruinas, guiándose por una simple rama de madera. Pero aquello que más añora parece ser un amor perdido hace tiempo. Los pormenores de esta pérdida solo se hacen claros ya avanzados la película. Flashbacks ligeramente románticos lo sugieren al principio.
En concepto y estructura, La chimera muestra a Rohrwacher en territorio más o menos convencional, por lo menos en comparación con sus trabajos más conocidos: Lázaro feliz y el cortometraje Le pupille. Con un protagonista inglés en un ambiente ligeramente exótico, elementos de aventura y exploración y un rival claro, se siente en papel como una película que hemos visto muchas veces antes. Pero hay placeres y novedades (y hasta un poco de lucha de clases) en la forma en que los explora.
A medida que Arthur se hace parte de un grupo local de saqueadores de tumbas (que más adelante se enfrenta a una red internacional que vende sus “descubrimientos” a grandes coleccionistas, la película adquiere un tono más juguetón y alegre. Su relación con la joven Italia (Carol Duarte) se parece a un romance típico, con todo y pleito y reconciliación, pero igualmente le añade matices a su protagonista, quien termina por volverse verdaderamente simpático.Algo que nunca deja de sentirse fresco es el estilo de Rohrwacher. Los jump cuts, o las imágenes aceleradas (que evocan las primeras películas silentes, con las cámaras rodadas a mano) le dan una textura artesanal y añeja, como los objetos con los que se viene a encontrar Arthur en su camino. Como hiciera Agnès Varda, Rohrwacher se divierte con la forma sin trivializar la psicología de sus personajes. Todo lo contrario, muchas veces facilitan el introducirnos a ella. Su última imagen, donde tiempo y espacio parecen romperse al servicio del sentimiento puro, resulta un toque brillante para una aventura emotiva.