Reseña: Valentina o la serenidad es honesta y de gran corazón #FICM
Valentina o la serenidad empieza con el juego. La pequeña Valentina (Danae Ahuja Aparicio) y un amigo corren por los campos de una comunidad rural–la película fue hecha en Villa Guadalupe Victoria, Oaxaca, lugar de nacimiento de Ángeles Cruz, directora y guionista de la película–y se imaginan con poderes mágicos. De repente, llega una noticia devastadora. Su padre ha fallecido a causa de un accidente. Es un drástico cambio de tono, de la alegría y la tragedia, pero la película se desplazará entre ambos con especial delicadeza y facilidad. Cruz maneja un tono más ligero, pero más ligero, que el de su ópera prima, Nudo mixteco.
Valentina es quizá demasiado pequeña para comprender lo que significa la muerte de su padre. Su madre (Myriam Bravo), igualmente en duelo, trata de hacerle entender. Pero Valentina lo resiste. Le dicen que a su papá “se lo llevó el río”, y ella interpreta que él vive ahí ahora. Le pide a uno de sus compañeros de la primaria que le enseñe a hablar mixteco y empieza a visitar el río para “hablar” con su papá.
La película nunca trata a Valentina con condescendencia.
En sus acciones hay curiosidad e imaginación. No nos sentimos superiores porque no “entiende” lo que acaba de pasar, más bien nos maravillamos ante su capacidad de construir toda una forma de pensar y ver el mundo. Y podemos creer, no sin tristeza, que al crecer perdemos esa misma capacidad. La mirada de Ahuja Aparicio es contemplativa e inteligente. Sus sentimientos con complejos; si la narrativa divaga en ocasiones, es para explorar cada uno de ellos.
La localidad crea un rico ambiente. Hay planos que se detienen en las flores, los insectos, los árboles, el maíz y las gallinas. La película llama atención a ellos, no a manera de exotizarlo, sino con una casualidad y familiaridad.
No los trata como exóticos, sino como aquellos elementos de un hogar que no se pueden encontrar de la misma forma en otra parte. La película toca experiencias universales como la infancia y el duelo, pero igualmente sentimos que esta misma historia no podría transcurrir en otra parte.
La fotografía, a cargo de Carlos Correa, puede parecer un tanto convencional. Sus imágenes favorecen la cámara en mano y la espontaneidad, más que lo pictórico. Las actuaciones igualmente pueden no ser tan pulidas como en otras películas, pero tienen un encanto por eso mismo, pues evitan los clichés de otras películas. Valentina o la serenidad es una película pequeña, pero honesta y de gran corazón.