Crítica: Secretos de un escándalo es fascinante, inusual y misteriosa
¿Cómo hacer una película sobre Mary Kay Letourneau? Letourneau fue una maestra estadounidense que, en 1996, a la edad de 34, abusó sexualmente de Vili Fualaau, su estudiante de 12 años. En las dos ocasiones que estuvo en la cárcel, Letournau dio a luz a dos hijas de Fualaau. Después de sus múltiples sentencias penales, Letourneau y Fualaau se casaron y su matrimonio duró 14 años.
Considerando la atención que el caso recibió en la prensa amarillista, una vía para contar esta historia es, por supuesto, el melodrama–la historia fue previamente adaptada en una película para la televisión por cable, un medio que tiene esta reputación.
Un tratamiento que reduce los eventos a su lado más escandaloso, apelando al morbo del público, pero reconfortándolo al final, reduciendo a los personajes a la esencia de víctima y victimario, mostrando a la segunda pagar fuertes consecuencias que complacen a nuestro sentido de justicia, y retratándola de manera tan monstruosa que podemos pensar que estas cosas pasan, pero que con alguien como ella no tenemos nada en común.
Secretos de un escándalo no huye del melodrama
El melodrama no es la ruta que Secretos de un escándalo escoge, pero sí es una de la que claramente está consciente. El inicio de la película nos da una impresión totalmente opuesta, una de absoluta normalidad. Más de veinte años después de haber sido condenada por el abuso sexual del adolescente Joe Yoo, Gracie Atherton (Julianne Moore) se ha casado con él (Charles Melton interpreta al Joe adulto)–los nombres y detalles no coinciden con los del caso que lo inspiró; la respuesta a cómo hacer a una película sobre Mary Kay Letourneau es técnicamente no hacerla, sino inventar a alguien parecido a ella.
Entre los invitados que Gracie y Joe reciben para una placentera barbacoa en su casa al lado del lago se encuentra Elizabeth Berry (Natalie Portman), una actriz y productora interesada en conocer más sobre su relación, pues interpretará a Gracie en una película independiente.
Elizabeth, una foránea al caso, es nuestra vía de acceso a esta historia. Es una presentación que recuerda a otras películas basadas de manera más explícita en figuras de la vida real (vienen a la mente Mi semana con Marilyn, sobre Marilyn Monroe y Un buen día en el vecindario, sobre el presentador de televisión Fred Rogers). En Secretos de un escándalo esto es una desviación atrevida, pero inteligente, de lo que podría atraer a muchos al caso.
Al concentrarse en eventos que ocurren décadas después, y en un personaje no involucrado en él, la película se resiste a mostrar el abuso sexual y el grooming que lo precede, pero apela a la fascinación con él. Elizabeth actúa como detective, entrevistando a Gracie, Joe, así como a sus amigos y familia, esperando llegar a detalles previamente desconocidos y una verdad sobre su relación.
Los puntos de vista en Secretos de un escándalo son el punto fuerte de la película
El punto de vista de Elizabeth evoca al de las personas que siguieron el caso de la vida real (y de quienes todavía siguen crímenes reales), intrigados por los detalles sórdidos de lo prohibido y lo que la ley no ha logrado desenterrar. Para no darnos de inmediato lo que esperamos, la película adopta un estilo que, en términos hollywoodenses, nos podría parecer aburrido.
La edición, a cargo de Affonso Gonçalves deja que escenas importantes se alarguen con silencios y diálogos cuya función no es obvia. La fotografía, de Christopher Blauvelt, guarda su distancia. Sus personajes se convierten en pequeñas figuras en del cuadro y cada toma dura más de lo que podemos estar acostumbrados (los primeros planos y los cortes rápidos, la norma en el cine actual, son la excepción). La impresión es de realismo, banalidad, incluso. Que, a pesar de todo lo que pasó, esta es una familia normal y que lo que Elizabeth está buscando probablemente no está ahí.
La película, no obstante, recurre de vez en cuando a una chillona partitura que nos remonta de nuevo al melodrama–la fuente de esta música es la película de Joseph Losey The Go-Between, sobre un adolescente que se enamora de una mujer mayor. Esto no basta para que Secretos de un escándalo se convierta en melodrama propiamente dicho; su uso es demasiado esporádico y choca con otros elementos de la película. Pero es, quizá, una alusión a aquello que esperamos que la película sea.
Secretos de un escándalo frustra constantemente nuestras expectativas, pero lo hace con un propósito. En vez de confirmar las ideas con las que seguro entramos a ella, revela matices inesperados y nos deja con la impresión de que todavía queda mucho por saber. A primera vista, su tema no nos alienta a hablar de áreas grises.
La película alude a un caso muy claro de abuso infantil y no nos da razones para dudar de que esto fue exactamente lo que ocurrió. Aun así, ¿sus personajes lo sabrían? Gracie y Joe no hablan de sí mismos como victimario y víctima. Pero tampoco son la pareja feliz que Gracie ve al principio, abrazándose y mirando hacia el lago. ¿Cómo se ven el uno al otro? La película alude al relativismo epistémico (la idea de que nuestro conocimiento de algo varía dependiendo de la posición en que lo observamos), no para decir que no podemos juzgar las acciones de sus personajes, sino para que nos preguntemos cómo cada uno de ellos entiende y justifica lo que hizo, lo que pasó.
Todd Haynes crea una película destinada a la posterioridad
La dirección de Todd Haynes y el guion de Samy Burch (ella y su esposo Alex Mechanik reciben crédito por la historia) priorizan la observación en lugar de las respuestas fáciles: una subtrama, sobre un rumor de que Gracie también fue víctima de abuso sexual, parece burlarse de estas explicaciones reduccionistas de la psicología humana. Poco a poco hemos de encontrar los detalles que no cuadran, pero no como detectives tratando de resolver un caso, sino como seres humanos con empatía por lo que otras personas viven y cómo lo viven.
Entre la aparente normalidad de su matrimonio aparecen escenas como Gracie regañando a Joe por no bañarse después de cocinar en la parrilla, que nos dicen más de una relación de madre e hijo que de esposo y esposa. La película no ahonda en las manipulaciones de Gracie, pero las sugiere.
Presionada para revelar detalles sobre su relación, Gracie insiste en que Joe fue quien la procuró, quien la sedujo. El sentido común (Joe tenía trece y ella más de treinta) y las protestas del mismo Joe no la convencen de lo contrario, ella forma su propia realidad–su control de otras personas no se limita a él: mientras su hija Mary (Elizabeth Yu) busca un vestido para su graduación del bachillerato, Gracie logra hacerla dudar de su propia autoestima con un preciso y ambiguo comentario sobre su cuerpo.
Los personajes de Secretos de un escándalo son tratados con mucha inteligencia.
Desarrollamos la impresión de que Joe, a sus treinta y seis años, quedó atorado en esa etapa adolescente. Verlo junto con Charlie (Gabriel Chung), quien está en edad de entrar a la universidad, es incómodo. Charlie parece más maduro y experimentado que él y por un instante se nos olvida que es su hijo. Una muestra de la inteligencia de la película es que esto nunca es tratado como una gran revelación. Su estilo no nos da pistas obvias de que este es un momento importante. Nos duele y conmueve porque nunca nos da la impresión de que eso es lo que trata de hacer.
¿Qué hay de Elizabeth? Nuestro acercamiento a ella es oblicuo. Aunque la seguimos en su intimidad, no tenemos la sensación de haber entrado a su mente. Al final de la película, sigue siendo tan misteriosa y fascinante como Gracie y Joe, quizá más. ¿Qué es lo que la motiva a interpretar a Gracie? Sus excusas son, por supuesto, la de contar su historia con fidelidad y transmitir esa verdad al público en general. Pero la película alude con mayor peso a los premios que podría recibir o, de manera más perversa aún, a que Gracie encarna una fantasía que ella quiere recrear.
El verdadero horror de la película, aquel en el que está más interesado, no se encuentra en lo que pasó, sino en nuestra respuesta a ello. En que, a pesar de toda la denuncia e indignación, lo que nos atrae a los eventos más horrorosos es un perverso deseo de participar en ellos, al punto que olvidamos que quienes los sufrieron son personas reales.